domingo, 13 de enero de 2013

Calor y frío, 23/3/08.

(Sofía)


La ducha. El único lugar en el que, aunque todo parezca desmoronarse, puedo sentirme bien. El agua caliente me purifica, arrastra mis errores y los aleja de mí, me hace sentirme mejor, como una cascada de buenas vibraciones. Pongo el agua más caliente, tanto que casi me quema, en un intento desesperado de magnificar el efecto. La música procedente de mi móvil me hace entrar en una especie de estado de trance. No pienso con normalidad. Se termina una canción, comienza otra y yo sonrío por primera vez en el día.

And our love is pastured such a mournful sound,
tonight I'm gonna bury that horse in the ground,
so I like to keep my issues strong,
but it's always darkest before the dawn.

 Canto. Como una loca. Canto porque hay canciones que tienen ese efecto en las personas, porque me siento jodidamente identificada con la letra y porque sé que nadie me oye. Canto porque una vez me dijeron que cantar es como atraer sentimientos, y quiero ser un imán de alegría.
Entonces, la música se para y me quedo colgada, desestabilizada, como si el efecto mágico de la ducha se esfumara con los dos pitidos que indican que acabo de recibir un SMS. Así que, cómo no, la publicidad me jode el momento perfecto y me devuelve a mi imperfecta rutina de apatía e idiotez. Termino de ducharme, disfrutando el poco de agua caliente que queda y, cuando salgo y estoy medianamente seca, cojo el móvil. 
Un mensaje nuevo. No es publicidad. No es la compañía telefónica. No es mi madre. Es él. Damien.
No sé qué hacer. Si lo abro, me expongo a romperme. Si no lo abro, me expongo a la intriga, a la pérdida y al vacío. Así que, como ya las cosas dentro de mí no pueden ir a peor, abro el maldito mensaje.

"Te necesito. Por favor, perdóname, y vuelve a mí."
 Sofía. Trágate la sonrisa. No lo hagas. No sonrías, imbécil, me dice la voz de mi conciencia. Pero no le hago caso, y a sabiendas de que voy a tener que arrepentirme de ello tarde o temprano, esbozo algo parecido a una sonrisa, sin saber por qué. Sé que es mentira, que si me necesita sólo es porque cree que soy suya. Sé que está mal que sus palabras me reconforten, pero lo hacen. Sé que soy idiota, pero decido contestarle y, cuando voy a hacerlo, no sé qué escribirle. Tecleo sin pensar, con la cabeza vacía y el corazón también:

"No puedes pedirme que vuelva a ti porque nunca me has llevado dentro."
Enviar. Me muerdo el labio inferior tan fuerte que me hago sangre. Pero no me duele. Algo dentro de mí me duele más; es esa parte que lleva su nombre, que siempre lo ha llevado.
Después de unos segundos, suena el teléfono y es Damien. Juro que nunca me había costado tanto apretar una maldita tecla.
- ¿Quién es? -como si no lo supiera.
- Te llevo dentro, Sof. Te llevo dentro, siempre.
Suspiro.
- No hables de cosas que no sabes llevar, Damien. Tú no quieres esto. No me quieres a mí, joder. La quieres a ella, y si no fuera así, desde aquella noche en la que me besaste te habrías quedado conmigo.
Silencio. Un silencio que me corta el ánimo, el típico silencio que podría formarse entre dos desconocidos.
- ¿Cómo te atreves a decir que no te quiero?
- ¿Cómo te atreves a jugar conmigo?
- Escúchame, Sofía. Nunca he jugado contigo, y si te lo ha parecido es porque tal vez no me conozcas tanto como crees. Nunca me atrevería a mentirte ni a tratarte como a una chica cualquiera, porque no lo eres.
- Vete con ella, Damien. Te quiere.
- Estoy en tu casa en cinco minutos.
Y me cuelga.
Me cuelga y me quedo muy quieta, como si no moviéndome pudiera arreglar algo o arreglarme a mí. Decido moverme al darme cuenta de que las cosas no van así. Salgo del baño y, para empezar, decido vestirme, y es por frío, no porque vaya a abrirle la puerta a Damien. Me niego, me niego a que me haga daño otra vez. 
Pero, justo cinco minutos después, le oigo gritar mi nombre. Sus gritos son roncos, agitados. Mi interior se mueve deprisa, buscando alguna reacción por mi parte, pero yo me limito a quedarme de pie, mirando su silueta a través del cristal casi opaco de mi puerta. Me entra un frío terrible desde la ventana y ni siquiera decido cerrarla porque no puedo moverme. El Damien desdibujado que veo desaparece, y aunque sé que se ha ido, sigo ahí parada, preguntándome qué coño está pasando.
Y como Damien nunca se da por vencido, nunca deja nada a medias y nunca deja sus sentimientos de lado, entra por la ventana de la cocina, ésa que yo misma decidí no cerrar, ésa por la que ha entrado tantas veces cuando yo, juguetona, no quería dejarla pasar. Entra por la ventana de la cocina, como si fuera aire y avanza hacía mí deprisa. Huele a vodka y a tabaco. Se me acerca y me besa con rabia, con fuerza, y yo busco algo dentro de él que me dé esperanza.



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