lunes, 21 de enero de 2013

Mensajes de fresas y nata, 23/3/08-24/3/08

La beso, con una fuerza y pasión que nunca había dedicado a nadie. La beso y todo desaparece. Me separo de ella para poder mirarla, y me rompe el alma ver su cara, una mezcla entre desesperación y dolor. Oh, joder, Sof, ¿qué te he hecho? Acaricio su pelo y no puedo evitar besarla otra vez, y otra, y otra, y otra más. Ella me para.
 - Damien, deja de jugar, ¿vale?
- No estoy jugando. No negaré que he jugado con muchas personas, pero contigo nunca sería capaz, porque te quiero, Sofía, de verdad que te quiero.- En ese momento veo un atisbo de luz en sus ojos, como si hubiera dicho lo que siempre deseó escuchar.- Te quiero, ¿me oyes?
- Joder, ¿por qué ahora? ¿Por qué después de tanto tiempo?
Sofía rompe a llorar, desesperada, rota, y a mí, a mí se me derrumba el mundo. Le agarro la cara y le seco las lágrimas, pero ella no se digna a mirarme. Sujeto su cara a aún más cerca de la mía, obligándola a mirarme, y cuando lo hace le sonrío, en un intento por tranquilizarla. ¿Cómo no pude darme cuenta antes de lo guapa que era? De como sus ojos marrones hacen que caiga en un abismo, sin posibilidad de salida, como sus labios tienen el grosor perfecto, como su pelo se enreda entre mis dedos haciéndome no querer que me separe de ella. He sido tan idiota, he estado tan ciego.

- Perdóname, perdóname por no haberme dado cuenta antes de la persona que he tenido al lado durante todo este tiempo.- La beso, no puedo evitar besarla. Puta droga que son sus besos. Mierda, no dejo de caer en su mundo, haciendo que el mío esté al revés.
 La beso y la beso, y cuando por fin ella pierde todo su temor, nos quedamos abrazados, sin hacer nada, simplemente abrazados mientras el día termina. Nunca me había parado a pensar lo maravilloso que era estar con una mujer así, sentir su calor en todo mi cuerpo, sin necesidad de más contacto físico que ese. No tenía necesidad de hacerla mía, porque ya sabía que lo era, con el simple tacto de sus brazos en mi espalda, de sus manos agarrando mi camisa a modo de súplica, miedosa de que desaparezca. Mi pequeña y tierna Sofía, ¿cuánto llevas esperando por este idiota insensato?, ¿cuánto has sufrido por un amor que durante tantos años no supo corresponderte?
Pasan las horas, miro el reloj, las 04:48. La madre de Sofía hace horas que llegó, y, sin enterarse que yo estaba aquí, se fue a dormir.
Acaricio la mejilla de Sofía, que también duerme, la levanto delicadamente y la dejo en su cama, beso su frente y me dirijo al escritorio, en el cual está su libreta de apuntes, cojo una hoja y un boli y escribo sin pensar.

"Buenos días, pequeño huracán desastrozo. Nos vemos a las 17:00 en la cafetería de siempre. No te preocupes, no voy a desaparecer.

Damien."


Me río para mí mismo al imaginar su cara al leer la nota. Seguramente se indignará y la tirará a la basura, pensando "estúpido Damien, siempre igual. Bastardo.". Tan delicada ella. Me encamino hacia la puerta, dejándo tras de mí las sonrisas más idiotas que me han salido jamás.



Son las 07:00. Llevo toda la noche en vela. Que jodida mierda, ¿eh? Esto te pasa por estar pensando en ella, maldito cabrón. Decido levantarme y empezar a vestirme para ir a trabajar, me preparo mi café, todavía más cargado que de costumbre. Miro mi móvil otra vez. 07.30. Sofía se levanta justo a esta hora, y si no me equivoco estará leyendo la nota ahora, así que, por joder, empiezo a escribir un mensaje.

 "Sí, soy un bastardo, lo sé."

No puedo evitar sonreír. Esa es la manera en que ella me describe cada vez que hago algo que le molesta.
Me acabo mi café y me pierdo en la multitud de la calle.


domingo, 13 de enero de 2013

Calor y frío, 23/3/08.

(Sofía)


La ducha. El único lugar en el que, aunque todo parezca desmoronarse, puedo sentirme bien. El agua caliente me purifica, arrastra mis errores y los aleja de mí, me hace sentirme mejor, como una cascada de buenas vibraciones. Pongo el agua más caliente, tanto que casi me quema, en un intento desesperado de magnificar el efecto. La música procedente de mi móvil me hace entrar en una especie de estado de trance. No pienso con normalidad. Se termina una canción, comienza otra y yo sonrío por primera vez en el día.

And our love is pastured such a mournful sound,
tonight I'm gonna bury that horse in the ground,
so I like to keep my issues strong,
but it's always darkest before the dawn.

 Canto. Como una loca. Canto porque hay canciones que tienen ese efecto en las personas, porque me siento jodidamente identificada con la letra y porque sé que nadie me oye. Canto porque una vez me dijeron que cantar es como atraer sentimientos, y quiero ser un imán de alegría.
Entonces, la música se para y me quedo colgada, desestabilizada, como si el efecto mágico de la ducha se esfumara con los dos pitidos que indican que acabo de recibir un SMS. Así que, cómo no, la publicidad me jode el momento perfecto y me devuelve a mi imperfecta rutina de apatía e idiotez. Termino de ducharme, disfrutando el poco de agua caliente que queda y, cuando salgo y estoy medianamente seca, cojo el móvil. 
Un mensaje nuevo. No es publicidad. No es la compañía telefónica. No es mi madre. Es él. Damien.
No sé qué hacer. Si lo abro, me expongo a romperme. Si no lo abro, me expongo a la intriga, a la pérdida y al vacío. Así que, como ya las cosas dentro de mí no pueden ir a peor, abro el maldito mensaje.

"Te necesito. Por favor, perdóname, y vuelve a mí."
 Sofía. Trágate la sonrisa. No lo hagas. No sonrías, imbécil, me dice la voz de mi conciencia. Pero no le hago caso, y a sabiendas de que voy a tener que arrepentirme de ello tarde o temprano, esbozo algo parecido a una sonrisa, sin saber por qué. Sé que es mentira, que si me necesita sólo es porque cree que soy suya. Sé que está mal que sus palabras me reconforten, pero lo hacen. Sé que soy idiota, pero decido contestarle y, cuando voy a hacerlo, no sé qué escribirle. Tecleo sin pensar, con la cabeza vacía y el corazón también:

"No puedes pedirme que vuelva a ti porque nunca me has llevado dentro."
Enviar. Me muerdo el labio inferior tan fuerte que me hago sangre. Pero no me duele. Algo dentro de mí me duele más; es esa parte que lleva su nombre, que siempre lo ha llevado.
Después de unos segundos, suena el teléfono y es Damien. Juro que nunca me había costado tanto apretar una maldita tecla.
- ¿Quién es? -como si no lo supiera.
- Te llevo dentro, Sof. Te llevo dentro, siempre.
Suspiro.
- No hables de cosas que no sabes llevar, Damien. Tú no quieres esto. No me quieres a mí, joder. La quieres a ella, y si no fuera así, desde aquella noche en la que me besaste te habrías quedado conmigo.
Silencio. Un silencio que me corta el ánimo, el típico silencio que podría formarse entre dos desconocidos.
- ¿Cómo te atreves a decir que no te quiero?
- ¿Cómo te atreves a jugar conmigo?
- Escúchame, Sofía. Nunca he jugado contigo, y si te lo ha parecido es porque tal vez no me conozcas tanto como crees. Nunca me atrevería a mentirte ni a tratarte como a una chica cualquiera, porque no lo eres.
- Vete con ella, Damien. Te quiere.
- Estoy en tu casa en cinco minutos.
Y me cuelga.
Me cuelga y me quedo muy quieta, como si no moviéndome pudiera arreglar algo o arreglarme a mí. Decido moverme al darme cuenta de que las cosas no van así. Salgo del baño y, para empezar, decido vestirme, y es por frío, no porque vaya a abrirle la puerta a Damien. Me niego, me niego a que me haga daño otra vez. 
Pero, justo cinco minutos después, le oigo gritar mi nombre. Sus gritos son roncos, agitados. Mi interior se mueve deprisa, buscando alguna reacción por mi parte, pero yo me limito a quedarme de pie, mirando su silueta a través del cristal casi opaco de mi puerta. Me entra un frío terrible desde la ventana y ni siquiera decido cerrarla porque no puedo moverme. El Damien desdibujado que veo desaparece, y aunque sé que se ha ido, sigo ahí parada, preguntándome qué coño está pasando.
Y como Damien nunca se da por vencido, nunca deja nada a medias y nunca deja sus sentimientos de lado, entra por la ventana de la cocina, ésa que yo misma decidí no cerrar, ésa por la que ha entrado tantas veces cuando yo, juguetona, no quería dejarla pasar. Entra por la ventana de la cocina, como si fuera aire y avanza hacía mí deprisa. Huele a vodka y a tabaco. Se me acerca y me besa con rabia, con fuerza, y yo busco algo dentro de él que me dé esperanza.



sábado, 12 de enero de 2013

Pequeñas semillas de la amargura, 23/3/08

(Damien)
Ha pasado una semana desde que fui a casa de Sofia y me echó entre lágrimas incontrolables. Mi pobre Sofia, ¿cómo he podido hacerte tanto daño? Estoy tan absorto en mis delirios mentales que he tenido a Beth increíblemente descuidada. A veces realmente pienso que sólo puedo hacer sufrir a quienes me rodean. Joder, soy un puto bastardo.
No he dejado de pensar en todo lo ocurrido, no he dejado de pensar en Sof, en Beth, en mí, en todo. No he dejado de beber noche tras noche, gastando botellas y botellas de vodka, para ver si así mi corazón se calienta, pero ni aún así. Creo que he muerto, que todo lo que era ha muerto, junto con el recuerdo de lo que en antaño era.
Escucho el ruido de llaves y la cerradura girarse. Beth ya ha llegado, rompiendo mi momento de reflexión.
- Cariño, ya estoy en casa. Te he traído algo para animarte.- Me sonríe y me besa. Y yo, me quedo pensado en la mujer tan maravillosa que tengo a mi lado, y la estupidez que estoy a punto de cometer. Sin motivo, sin razón, por impulso.
- Beth...
- Te he traido un disco de tu grupo favorito. Sé que te gustará.
La miro fijamente. Sonríe cual niña pequeña esperando a que le den un premio mientras extiende el brazo con el disco envuelto en papel de regalo gris con lirios negros. Lo abro y descubro con sorpresa un disco de Nirvana, y me invade un ápice de culpabilidad.
- ¿No te gusta?- Dice, al ver mi cara de sorpresa y dolor.
- Cariño... Hay algo que tengo que decirte.
- Si quieres agradecerme el regalo solo tienes que alegrar la cara, con eso seré feliz.
- Beth, por favor...- Me mira, agrandando los ojos y mordiéndose el labio inferior. Tan típico en ella cuando está preocupada.- Quiero un respiro. Sólo una temporada para despejarme. Han pasado... muchas cosas.
Veo su cara, su expresión, el cambio que da de preocupación a dolor. Y me hace arrepentirme de mi decisión. Damien, eres un inútil, ya has vuelvo a hacer daño a otra mujer.
- ¿Me estás dejando, Damien?
- Beth, por favor, escúchame.
- Respóndeme. ¿Me estás dejando?
- Sólo es un tiempo.
- Me estás dejando, Damien. ¡Lo sabía! Es por Sofia, ¿verdad? Por esa estúpida ilusa. ¿La quieres, Damien?, ¿es eso? ¡Maldita sea!- Me invade el impulso de abrazarla, y al hacerlo ella se queda callada, golpeando mi pecho. Debe odiarme, pero eso es lo más conveniente para ella ahora. Acaricio su pelo y seco sus lágrimas.
- Tranquilízate. Ve a descansar, ¿está bien?
Le beso la frente, cojo mi chaqueta y me dirijo a la puerta. Escucho a Beth preguntándome a dónde voy, pero la ignoro y cruzo la puerta, perdiendo el sonido de su voz al cerrarla. Emprendo una caminata solitaria sin rumbo, esperando, quizá, un milagro, una señal que me diga que hacer. Dios, no creo en ti, pero maldita sea, si existes deja de ser tan cabronazo y mándame una jodida prueba de que observas lo que sucede, ayúdame, joder.
Acabo tirado en un banco cualquiera, en un parque cualquiera, perdido en la ciudad sin saber en dónde estoy ni que rumbo cogeré después. Saco el móvil de mi bolsillo. Trece llamadas de Beth, un mensaje de voz poniéndome a parir y diciéndome que se va de casa y que no piensa volver. Paso de su mensaje y empiezo a buscar un nombre concreto en la agenda. Sofia. Empiezo a escribir un mensaje:
"Te necesito. Por favor, perdóname, y vuelve a mí."

Joder, Damien, ¿estás colgado? Deja de hacer gilipolleces. Apago el móvil y decido emprender mi viaje de nuevo, sin saber a dónde, sólo sé que quiero un bar, una copa, y una nueva compañía. Cualquier rubia tonta que me dé el calor que necesito esta noche.

lunes, 16 de julio de 2012

Cuando el frío se entromete, 16/3/08

Pasan los segundos, marcados por el insoportable tictac del reloj de mi habitación, y parecen interminables. Como si llevara días tumbada en la cama con los pies en alto y semanas dentro de casa. Pero la espesura del tiempo que parece no avanzar consigue darme la sensación de que me estoy alejando un poco más de los acontecimientos que han pasado estos últimos meses y me dan la ocasión de imaginar que realmente este día ha durado semanas, que ha servido para dar un salto en el tiempo y avanzar un poco más. Habrán pasado días desde que vino Beth, unas semanas desde que Damien me utilizó y me hizo dar saltos y volteretas mentales con un solo gesto.
Cierro los ojos lentamente y lo único que oigo es el tictac del reloj.
Me levanto con toda la pesadez del mundo y lo cojo para sacarlo de mi habitación. Nunca me ha gustado ese ruido. Y entonces veo la hora y vuelvo a la realidad: solamente han pasado dos horas, sólo llevo dos horas en la cama.
-Maldito reloj -digo mientras lo dejo en la habitación de mi hermano, aprovechando que no está en casa, que estoy sola.
Cuando llego a mi habitación doy un salto hacia la cama y me doy en la cabeza con el cabecero. Me quejo con una especie de grito agudo y un par de segundos después me sobresalta el timbre de mi casa.
-¡Ya voy! -grito, aunque sé que no se me oye desde fuera.
Seguramente sea mi madre, que ha salido ya de trabajar. Odio que lleguen cuando estoy sola. La soledad me parece agradable estos días, es un alivio poder ser yo misma y librarme de todo tipo de fachadas durante un rato.
Pero cuando abro la puerta y el frío que viene de fuera me corta las mejillas, el corazón comienza a latirme con una intensidad que hasta ahora no creía posible.
-¿Puedo pasar?
Desde luego que no es mi madre.
Hago un gesto para que pase, como tantas veces y a la vez un gesto tan diferente... Damien entra a mi casa y se sienta en una de las sillas de la cocina. Yo le sigo y me tiemblan un poco las piernas.
Beth le ha ido con el cuento y viene a defender a su novia. Lógico.
Nos miramos durante unos segundos y Damien rompe el hielo:
-He visto a Beth.
Desvío la mirada. No soy capaz de mirarle a los ojos.
-Lo suponía.
Él suspira.
-¿Me lo vas a explicar o tengo que preguntártelo?
-¿Por qué tengo que darte explicaciones? Se supone que tú y yo no tendríamos que estar hablando.
-Ya, pero supongo que el hecho de que le hayas dado un puñetazo a mi -vacila un instante- novia cambia un poco las cosas.
-¿Qué te ha contado?
Él me mira durante unos segundos, en silencio. Me mira fijamente, y siento que su mirada se transforma y entra por cada uno de mis poros y se vuelve parte de mí.
-Que vino preocupada por ti y tú le pegaste. No me dijo mucho más, estaba demasiado nerviosa.
-Pero te dijo que vinieras a hablar conmigo -enarco una ceja-, ¿no?
Asiente.
Beth me ha enviado su mejor arma, algo que sabe que me hará daño.
-No quiero que vuelvas a acercarte a Beth nunca más. Le has hecho daño. Ella confiaba en ti, ¿sabes?
-Me importa más bien poco, ¿sabes? -imito su tono de voz en esa última palabra. Estoy bastante cabreada con él.
-Es que no entiendo tus motivos para partirle la nariz, no entiendo como puedes hacerle eso a una amiga que viene preguntando por tu estado de ánimo, o de salud, o lo que sea.
-Damien, tú no sabes nada sobre esto. No intentes hacer como que me conoces más que nadie.
Se ríe por lo bajo. Más bien resopla.
-Y tú no intentes hacer como que no tenemos un pasado. Sabes perfectamente que sí, que te conozco más que nadie y que eso es recíproco. Y por eso mismo no entiendo lo que estás haciendo. No te estás comportando como lo haría la Sofía a la que yo aprecio -golpe bajo-. Solamente he venido a decirte que no ha estado bien y a pedirte una explicación, porque tú eres mi amiga y Beth es mi novia y creo que tengo derecho a una.
Tengo un nudo en la garganta y estoy luchando contra las lágrimas para no llorar.
-Vete de mi casa. No quiero hablar contigo.
-Sofía...
-¡Que te vayas! ¡Déjame en paz, joder! No tienes derecho a venir a mi casa, a molestarme. Y no, tampoco tienes derecho a una explicación por mi parte.
Damien, mi pequeño tormento personal, se pone en pie y se acerca a mí tan deprisa que no me doy cuenta. Cuando reacciono ya me está abrazando y las lágrimas caen apuradas por mis mejillas, ganándome la pelea.
-No quiero que sufras, ¿sabes? Ni por mí ni por nadie. Nunca.
Es tan irónico que diga eso.
-Hazme el favor de irte de mi casa -le digo entre sollozos.
Me mira de nuevo a los ojos y vuelve a suspirar como si quisiera vaciarse. Entonces, como si fuera un milagro, anda hacia la puerta y dejándome un triste "adiós" flotando en el aire se marcha.
¿Por qué siempre termino echándote de mi casa entre sollozos, Damien?

sábado, 14 de julio de 2012

El sabor del vacío, 16/3/08

(Damien)  
– ¿Lo recuerdas, Damien?
– ¿El qué? -Dije, perturbado porque había cortado mis pensamientos.
– La última vez que te sentiste vivo, libre, despreocupado...– Su sonrisa se ensanchó, pero no era la sonrisa que alegraba mis días, ésta era nostálgica, triste.
– Nunca he sido libre, Sofía, ni tú tampoco. Nadie es libre. Pero te prometo, no, te juro, que algún día cogeremos el coche y nos huiremos, y podrás sentir cabeza por la ventanilla y gritar al mundo que sientes la libertad en tus venas mientras el viento te azota la cara.




Bebo otro trago de vodka para aguar los recuerdos de su risa amarga deseosa de libertad. Y otra vez esa maldita canción, esa maldita letra. En ese momento suena en mi cabeza la letra de una canción que escuché un día cualquiera de un mes sin interés para mí.

Y sé que no habrá sedales cuando te hiera mi ausencia,
ojalá me quieras libre, ojalá me quieras

Ojalá me quieras… Mi vida se componía de ojalás vacíos que nunca llegarían a ser una realidad. Maldita sea, Sofia, podríamos haber sido libres, los dos, juntos. Podríamos haber cogido ese coche y haber cantado (más bien gritado) “ I Feel Good ” mientras mirábamos asombrados el mundo que se abría ante nosotros.
Sofía, Sofía, Sofía. Tenía tantos planes contigo. Todo ha acabado, te fuiste, ¿o me fui yo? Nos alejamos despavoridos y con esta distancia se fueron todas mis esperanzas.
Escucho a Beth abrir la puerta, me giró para recibirla, pero me llevo una sorpresa al ver su nariz sangrando.
– Beth, ¿qué p…– Me corta y empieza a gritar histérica.
– ¡Tu puta amiguita! ¡Esa zorra está jodidamente loca, mira lo que me ha hecho, joder!
– ¿Sof?
– ¡Ni la menciones, Damien! Ni la menciones…– Va haciendo pausas en esta última frase, como si yo fuera un niño al que hay que explicarle las cosas.
– ¿Qué ha pasado?
– ¿No es obvio? Me ha pegado, ¡a mí! Fui porque estaba preocupada por ella y esa loca me lo paga así.– Sus ojos se encienden y dice varios insultos como si los estuviera escupiendo con asco– Habla con ella. Déjale claro no puede hacerle lo que quiera a tu novia, ¿o vas a dejar esto así?
La miro, abro la boca con intención de decir algo, pero parece que las palabras se esfuman. ¿Qué debería hacer? Un silencio sepulcral se apodera de la sala y la mirada de Beth sentencia la orden antes que mi cerebro: he de hablar con Sofia.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Principios que se visten de finales, 16/3/08


"The greatest thing you'll ever learn is just to love and be loved in return."
El principio de Moulin Rouge retumba por toda la habitación (esa manía mía de poner la tele demasiado alta) mientras yo bebo un sorbo de té con leche con actitud pasota.
-Sí. Seguro que amar y ser correspondido es lo mejor del mundo. Pero, ¿sabes, Christian? Si te arriesgas y amas a alguien, puede suceder lo contrario. Y es lo peor... -suspiro y bebo otro sorbo de té- Parece que se te vaya a salir el corazón del pecho.
En ese momento de reflexión (o de estupidez. Debería dejar de hablar con los personajes de las películas) oigo el sonido metálico del timbre de mi casa. Resoplo. Tocará abrir... Me levanto con pesadez, tirando la manta a un lado y dejando la taza de Snooppy en la mesilla.
-Qué puto frío... -me froto las manos mientras bajo la escalera y, al tocar el mango de la puerta, me estremezco. Está helado. Abro la puerta y ahí está: Beth. La creadora del 95% de mis problemas. La chica que tiene lo que yo no. La chica que tiene lo que deseo: El amor incondicional de Damien.
-Hola, Beth. ¿Qué pasa?
-Hey Sof. -odio, pero odio rematadamente, tanto que me dan ganas de pegarle, que me llame Sof. En ese momento odiaría a cualquier persona que se atreviera a pronunciar esas tres letras juntas, y si esa persona es Beth... - Sólo quería saber cómo estás... No hemos hablado estos días.
-Estoy bien, Beth. He estado en casa, no tenía ganas de hablar.
-Ah... vale. Es que, ¿sabes? Me parece raro no haberte visto con Damien. A él tampoco le he visto mucho esta semana... -suspira-. Creo que le pasa algo.
En ese momento, siento ganas de llorar. Y rabia. Siento ganas de echarla de mi porche, de patearle esa cara pecosa suya. ¿Cómo se atreve ella a venir a mi casa a preguntarme por mí y terminar hablándome del estúpido de su novio?
-No sé lo que le pasa a Damien. ¿Algo más?
-Sí lo sabes, Sofía. Sé que ha pasado algo relacionado contigo. ¿Cómo explicas, si no, que los dos estéis tan raros? Porque sé que estás deprimida, Sofía, tienes los ojos hinchados. -mierda, mis ojos. No lo había pensado.
-Tengo alergia -no se me ocurre una respuesta mejor.
-Que no me mientas. Joder, Sofía, ¿no lo entiendes? Quiero saber lo que le pasa. Yo le amo. Si tú estuvieras enamorada de alguien, yo haría esto por ti... ¡para eso están las amigas! -y me dedica una sonrisa falsa, de esas que dan risa.
-Para, ¿vale?
-Joder, Sofi...
Cada vez me va hartando más. ¿Amigas, dice? Una amiga no te llama sólo para contarte peleillas tontas con su novio. En ese momento, lo veo todo claro: Beth no es mi amiga, nunca lo ha sido. Ella sólo me utiliza como "topo" con Damien e incluso a veces, al ver que esto no le funciona, me menosprecia y se hace la víctima. Pobre Beth, da incluso pena.
La miro con furia y ella pone cara de lamento, incluso me atrevo a afirmar que está intentando llorar. Me doy cuenta de que la odio en ese momento, y si no la odiaba de antes, empiezo a hacerlo en ese instante. Quiero alejarla de mí, de mi vida y de la de Damien. Y aunque odie esta faceta de mí, me dejo llevar por ella. Todo pasa deprisa: me abalanzo sobre ella como una loba y agarro uno de sus mechones cobrizos.
-¡¿Pero qué estás haciendo, Sofía?! ¡¿ESTÁS LOCA?!
Ella se dispone a decir algo más, pero no le doy tiempo a hacerlo; le propino un puñetazo en la cara. Con todas mis fuerzas. Ahí, en ese puñetazo, descargo una semana entera de apatía, además de un año de celos, de histeria, de dolor...
Beth me agarra del cuello pero consigo zafarme y me levanto del suelo, no sin dificultad. La miro. Tiene toda la cara roja de la rabia y además le sangra la nariz. Esa imagen me da satisfacción.
-Sofía, ¡te voy a denunciar! Joder... mi puta nariz... estás loca, ¿me oyes? ¡loca! ¿Y tú eres mi amiga? ¡Joder!
-Yo no soy tu amiga. Ni soy amiga de Damien. Así que, hazme un favor y vete de mi porche, ¿quieres?
Cierro la puerta a mi paso y me siento en el suelo. Me duelen los nudillos. Oigo a Beth levantarse e irse corriendo, seguramente a casa de Damien para contarle que "la loca de Sofía" le había pegado. Que se joda, que se jodan los dos. Todo esto ha terminado.



sábado, 5 de noviembre de 2011

Corazón quebrado, 12/3/08

(Damien)
Llego al parque en el que solía estar con Sofía. Ha pasado solamente una semana y ya extraño cada momento a su lado. Me dirijo al banco enfrente de la fuente, no sin antes dar un pequeño rodeo por el jardín de árboles frondosos y coloridos de otoño. Visualizo la fuente y nuestro pequeño banco blanco y justo ahí, como una luz al final del túnel, algo que suena tétrico, pero que para mí suena de maravilla si ella es esa luz. Me acerco un poco más y consigo ver su cara, triste y apagada, no como la última vez que la vi, que tenía en su cara una mezcla entre desolación y frustración. ¿Tan profunda es la herida que le hice?, ¿tan malo es que me dejara llevar por mis ganas locas de besarla? Quiero acercarme a ella, pero no puedo evitar reflexionar antes de dar un paso más, antes de dar un paso en falso.
Sigo mirando su cara; sus ojos brillantes y grandes, sus pestañas largas, sus labios carnosos, su nariz pequeña y fina, su cuello largo y esbelto, sus cejas bien perfiladas… Parece tan ausente, tan fuera del mundo, tan aislada en su mente y aún así me sigue pareciendo preciosa. Y ahora, verla sentada ahí, en nuestro banco, me hace feliz, porque sé que alguna parte de ella piensa en mí.
Me voy la vuelta y decido retomar mi camino, volver a mi casa y dejar en paz su corazón herido, pero al darme la vuelta noto sus ojos clavados en mi espalda, e, inevitablemente, me giro y la miro. Está levantada, examinándome de arriba abajo. Mil dudas en mi cabeza. ¿Me acerco?, ¿no me acerco?, ¿me voy?, ¿me quedo? Decido la peor opción para ella y la más egoísta por mi parte, me quedo y me acerco, ella no huye, no da ningún paso hacia atrás, no aparta sus ojos de los míos. Siento su corazón palpitar, escucho cada latido como si fuera mío. Llego a nuestro banco y me quedo frente a ella, sin poder apartar mi mirada de su cara. Parecía más demacrada, cansada.
– Sof…
– No. Ahorrátelo, Damien.– Sentencia de esa forma tan cortante que tiene ella. Una de sus grandes características.
– ¿Vas a huir siempre?– La miro desafiante sabiendo que ella detesta que la traten de cobarde. Se queda callada y prosigo– Sofía… Dios, ¿sabes cuántas cosas he pasado esta semana y cuántas veces he querido verte? Eres mi amiga, mi hermana, eres prácticamente todo y sin ti, sin tus estupideces diarias y tus risas escandalosas todo ha sido tan… desastroso y yo me he sentido tan… perdido.
Un silencio sepulcral, solo el suave silbido del viento a nuestro alrededor. Por fin ella se atreve a abrir la boca con intención de hablar, pero no sin antes girar su cara con intención de no prestar atención a mi gesto.
– Las cosas no son tan fáciles. Tú siempre lo ves todo así, para ti todo es fugaz y pasajero, y, Damien, yo no estoy dispuesta a ser nada pasajero. Quieres una amiga; aquí me tienes, pero las cosas no serán como antes. Tú y yo hemos cambiado, no somos los mismos ni juntos ni separados. Damien, ¿por qué me buscas? Sabes que las cosas son más difíciles de lo que ambos podríamos imaginar…– En ese momento agacha la cabeza, ocultando unas pobres lágrimas que hacen una carrera para llegar a su mandíbula.
– Sofía…– Acaricio su cara y seco sus lágrimas. Ella se aparta y da un paso hacia atrás.
– No… no sé, sinceramente, no sé lo que pasará… Dame tiempo, ¿vale?
Yo me callo, me inmuto. ¿Tiempo? Yo no quería tiempo, la quería a ella, a mi lado, conmigo, siempre.
Sofía se da la vuelta y emprende su viaje, mientras me quedo parado en nuestro lugar especial viendo a la persona más importante de mi vida marchar.