lunes, 21 de enero de 2013

Mensajes de fresas y nata, 23/3/08-24/3/08

La beso, con una fuerza y pasión que nunca había dedicado a nadie. La beso y todo desaparece. Me separo de ella para poder mirarla, y me rompe el alma ver su cara, una mezcla entre desesperación y dolor. Oh, joder, Sof, ¿qué te he hecho? Acaricio su pelo y no puedo evitar besarla otra vez, y otra, y otra, y otra más. Ella me para.
 - Damien, deja de jugar, ¿vale?
- No estoy jugando. No negaré que he jugado con muchas personas, pero contigo nunca sería capaz, porque te quiero, Sofía, de verdad que te quiero.- En ese momento veo un atisbo de luz en sus ojos, como si hubiera dicho lo que siempre deseó escuchar.- Te quiero, ¿me oyes?
- Joder, ¿por qué ahora? ¿Por qué después de tanto tiempo?
Sofía rompe a llorar, desesperada, rota, y a mí, a mí se me derrumba el mundo. Le agarro la cara y le seco las lágrimas, pero ella no se digna a mirarme. Sujeto su cara a aún más cerca de la mía, obligándola a mirarme, y cuando lo hace le sonrío, en un intento por tranquilizarla. ¿Cómo no pude darme cuenta antes de lo guapa que era? De como sus ojos marrones hacen que caiga en un abismo, sin posibilidad de salida, como sus labios tienen el grosor perfecto, como su pelo se enreda entre mis dedos haciéndome no querer que me separe de ella. He sido tan idiota, he estado tan ciego.

- Perdóname, perdóname por no haberme dado cuenta antes de la persona que he tenido al lado durante todo este tiempo.- La beso, no puedo evitar besarla. Puta droga que son sus besos. Mierda, no dejo de caer en su mundo, haciendo que el mío esté al revés.
 La beso y la beso, y cuando por fin ella pierde todo su temor, nos quedamos abrazados, sin hacer nada, simplemente abrazados mientras el día termina. Nunca me había parado a pensar lo maravilloso que era estar con una mujer así, sentir su calor en todo mi cuerpo, sin necesidad de más contacto físico que ese. No tenía necesidad de hacerla mía, porque ya sabía que lo era, con el simple tacto de sus brazos en mi espalda, de sus manos agarrando mi camisa a modo de súplica, miedosa de que desaparezca. Mi pequeña y tierna Sofía, ¿cuánto llevas esperando por este idiota insensato?, ¿cuánto has sufrido por un amor que durante tantos años no supo corresponderte?
Pasan las horas, miro el reloj, las 04:48. La madre de Sofía hace horas que llegó, y, sin enterarse que yo estaba aquí, se fue a dormir.
Acaricio la mejilla de Sofía, que también duerme, la levanto delicadamente y la dejo en su cama, beso su frente y me dirijo al escritorio, en el cual está su libreta de apuntes, cojo una hoja y un boli y escribo sin pensar.

"Buenos días, pequeño huracán desastrozo. Nos vemos a las 17:00 en la cafetería de siempre. No te preocupes, no voy a desaparecer.

Damien."


Me río para mí mismo al imaginar su cara al leer la nota. Seguramente se indignará y la tirará a la basura, pensando "estúpido Damien, siempre igual. Bastardo.". Tan delicada ella. Me encamino hacia la puerta, dejándo tras de mí las sonrisas más idiotas que me han salido jamás.



Son las 07:00. Llevo toda la noche en vela. Que jodida mierda, ¿eh? Esto te pasa por estar pensando en ella, maldito cabrón. Decido levantarme y empezar a vestirme para ir a trabajar, me preparo mi café, todavía más cargado que de costumbre. Miro mi móvil otra vez. 07.30. Sofía se levanta justo a esta hora, y si no me equivoco estará leyendo la nota ahora, así que, por joder, empiezo a escribir un mensaje.

 "Sí, soy un bastardo, lo sé."

No puedo evitar sonreír. Esa es la manera en que ella me describe cada vez que hago algo que le molesta.
Me acabo mi café y me pierdo en la multitud de la calle.


domingo, 13 de enero de 2013

Calor y frío, 23/3/08.

(Sofía)


La ducha. El único lugar en el que, aunque todo parezca desmoronarse, puedo sentirme bien. El agua caliente me purifica, arrastra mis errores y los aleja de mí, me hace sentirme mejor, como una cascada de buenas vibraciones. Pongo el agua más caliente, tanto que casi me quema, en un intento desesperado de magnificar el efecto. La música procedente de mi móvil me hace entrar en una especie de estado de trance. No pienso con normalidad. Se termina una canción, comienza otra y yo sonrío por primera vez en el día.

And our love is pastured such a mournful sound,
tonight I'm gonna bury that horse in the ground,
so I like to keep my issues strong,
but it's always darkest before the dawn.

 Canto. Como una loca. Canto porque hay canciones que tienen ese efecto en las personas, porque me siento jodidamente identificada con la letra y porque sé que nadie me oye. Canto porque una vez me dijeron que cantar es como atraer sentimientos, y quiero ser un imán de alegría.
Entonces, la música se para y me quedo colgada, desestabilizada, como si el efecto mágico de la ducha se esfumara con los dos pitidos que indican que acabo de recibir un SMS. Así que, cómo no, la publicidad me jode el momento perfecto y me devuelve a mi imperfecta rutina de apatía e idiotez. Termino de ducharme, disfrutando el poco de agua caliente que queda y, cuando salgo y estoy medianamente seca, cojo el móvil. 
Un mensaje nuevo. No es publicidad. No es la compañía telefónica. No es mi madre. Es él. Damien.
No sé qué hacer. Si lo abro, me expongo a romperme. Si no lo abro, me expongo a la intriga, a la pérdida y al vacío. Así que, como ya las cosas dentro de mí no pueden ir a peor, abro el maldito mensaje.

"Te necesito. Por favor, perdóname, y vuelve a mí."
 Sofía. Trágate la sonrisa. No lo hagas. No sonrías, imbécil, me dice la voz de mi conciencia. Pero no le hago caso, y a sabiendas de que voy a tener que arrepentirme de ello tarde o temprano, esbozo algo parecido a una sonrisa, sin saber por qué. Sé que es mentira, que si me necesita sólo es porque cree que soy suya. Sé que está mal que sus palabras me reconforten, pero lo hacen. Sé que soy idiota, pero decido contestarle y, cuando voy a hacerlo, no sé qué escribirle. Tecleo sin pensar, con la cabeza vacía y el corazón también:

"No puedes pedirme que vuelva a ti porque nunca me has llevado dentro."
Enviar. Me muerdo el labio inferior tan fuerte que me hago sangre. Pero no me duele. Algo dentro de mí me duele más; es esa parte que lleva su nombre, que siempre lo ha llevado.
Después de unos segundos, suena el teléfono y es Damien. Juro que nunca me había costado tanto apretar una maldita tecla.
- ¿Quién es? -como si no lo supiera.
- Te llevo dentro, Sof. Te llevo dentro, siempre.
Suspiro.
- No hables de cosas que no sabes llevar, Damien. Tú no quieres esto. No me quieres a mí, joder. La quieres a ella, y si no fuera así, desde aquella noche en la que me besaste te habrías quedado conmigo.
Silencio. Un silencio que me corta el ánimo, el típico silencio que podría formarse entre dos desconocidos.
- ¿Cómo te atreves a decir que no te quiero?
- ¿Cómo te atreves a jugar conmigo?
- Escúchame, Sofía. Nunca he jugado contigo, y si te lo ha parecido es porque tal vez no me conozcas tanto como crees. Nunca me atrevería a mentirte ni a tratarte como a una chica cualquiera, porque no lo eres.
- Vete con ella, Damien. Te quiere.
- Estoy en tu casa en cinco minutos.
Y me cuelga.
Me cuelga y me quedo muy quieta, como si no moviéndome pudiera arreglar algo o arreglarme a mí. Decido moverme al darme cuenta de que las cosas no van así. Salgo del baño y, para empezar, decido vestirme, y es por frío, no porque vaya a abrirle la puerta a Damien. Me niego, me niego a que me haga daño otra vez. 
Pero, justo cinco minutos después, le oigo gritar mi nombre. Sus gritos son roncos, agitados. Mi interior se mueve deprisa, buscando alguna reacción por mi parte, pero yo me limito a quedarme de pie, mirando su silueta a través del cristal casi opaco de mi puerta. Me entra un frío terrible desde la ventana y ni siquiera decido cerrarla porque no puedo moverme. El Damien desdibujado que veo desaparece, y aunque sé que se ha ido, sigo ahí parada, preguntándome qué coño está pasando.
Y como Damien nunca se da por vencido, nunca deja nada a medias y nunca deja sus sentimientos de lado, entra por la ventana de la cocina, ésa que yo misma decidí no cerrar, ésa por la que ha entrado tantas veces cuando yo, juguetona, no quería dejarla pasar. Entra por la ventana de la cocina, como si fuera aire y avanza hacía mí deprisa. Huele a vodka y a tabaco. Se me acerca y me besa con rabia, con fuerza, y yo busco algo dentro de él que me dé esperanza.



sábado, 12 de enero de 2013

Pequeñas semillas de la amargura, 23/3/08

(Damien)
Ha pasado una semana desde que fui a casa de Sofia y me echó entre lágrimas incontrolables. Mi pobre Sofia, ¿cómo he podido hacerte tanto daño? Estoy tan absorto en mis delirios mentales que he tenido a Beth increíblemente descuidada. A veces realmente pienso que sólo puedo hacer sufrir a quienes me rodean. Joder, soy un puto bastardo.
No he dejado de pensar en todo lo ocurrido, no he dejado de pensar en Sof, en Beth, en mí, en todo. No he dejado de beber noche tras noche, gastando botellas y botellas de vodka, para ver si así mi corazón se calienta, pero ni aún así. Creo que he muerto, que todo lo que era ha muerto, junto con el recuerdo de lo que en antaño era.
Escucho el ruido de llaves y la cerradura girarse. Beth ya ha llegado, rompiendo mi momento de reflexión.
- Cariño, ya estoy en casa. Te he traído algo para animarte.- Me sonríe y me besa. Y yo, me quedo pensado en la mujer tan maravillosa que tengo a mi lado, y la estupidez que estoy a punto de cometer. Sin motivo, sin razón, por impulso.
- Beth...
- Te he traido un disco de tu grupo favorito. Sé que te gustará.
La miro fijamente. Sonríe cual niña pequeña esperando a que le den un premio mientras extiende el brazo con el disco envuelto en papel de regalo gris con lirios negros. Lo abro y descubro con sorpresa un disco de Nirvana, y me invade un ápice de culpabilidad.
- ¿No te gusta?- Dice, al ver mi cara de sorpresa y dolor.
- Cariño... Hay algo que tengo que decirte.
- Si quieres agradecerme el regalo solo tienes que alegrar la cara, con eso seré feliz.
- Beth, por favor...- Me mira, agrandando los ojos y mordiéndose el labio inferior. Tan típico en ella cuando está preocupada.- Quiero un respiro. Sólo una temporada para despejarme. Han pasado... muchas cosas.
Veo su cara, su expresión, el cambio que da de preocupación a dolor. Y me hace arrepentirme de mi decisión. Damien, eres un inútil, ya has vuelvo a hacer daño a otra mujer.
- ¿Me estás dejando, Damien?
- Beth, por favor, escúchame.
- Respóndeme. ¿Me estás dejando?
- Sólo es un tiempo.
- Me estás dejando, Damien. ¡Lo sabía! Es por Sofia, ¿verdad? Por esa estúpida ilusa. ¿La quieres, Damien?, ¿es eso? ¡Maldita sea!- Me invade el impulso de abrazarla, y al hacerlo ella se queda callada, golpeando mi pecho. Debe odiarme, pero eso es lo más conveniente para ella ahora. Acaricio su pelo y seco sus lágrimas.
- Tranquilízate. Ve a descansar, ¿está bien?
Le beso la frente, cojo mi chaqueta y me dirijo a la puerta. Escucho a Beth preguntándome a dónde voy, pero la ignoro y cruzo la puerta, perdiendo el sonido de su voz al cerrarla. Emprendo una caminata solitaria sin rumbo, esperando, quizá, un milagro, una señal que me diga que hacer. Dios, no creo en ti, pero maldita sea, si existes deja de ser tan cabronazo y mándame una jodida prueba de que observas lo que sucede, ayúdame, joder.
Acabo tirado en un banco cualquiera, en un parque cualquiera, perdido en la ciudad sin saber en dónde estoy ni que rumbo cogeré después. Saco el móvil de mi bolsillo. Trece llamadas de Beth, un mensaje de voz poniéndome a parir y diciéndome que se va de casa y que no piensa volver. Paso de su mensaje y empiezo a buscar un nombre concreto en la agenda. Sofia. Empiezo a escribir un mensaje:
"Te necesito. Por favor, perdóname, y vuelve a mí."

Joder, Damien, ¿estás colgado? Deja de hacer gilipolleces. Apago el móvil y decido emprender mi viaje de nuevo, sin saber a dónde, sólo sé que quiero un bar, una copa, y una nueva compañía. Cualquier rubia tonta que me dé el calor que necesito esta noche.