lunes, 16 de julio de 2012

Cuando el frío se entromete, 16/3/08

Pasan los segundos, marcados por el insoportable tictac del reloj de mi habitación, y parecen interminables. Como si llevara días tumbada en la cama con los pies en alto y semanas dentro de casa. Pero la espesura del tiempo que parece no avanzar consigue darme la sensación de que me estoy alejando un poco más de los acontecimientos que han pasado estos últimos meses y me dan la ocasión de imaginar que realmente este día ha durado semanas, que ha servido para dar un salto en el tiempo y avanzar un poco más. Habrán pasado días desde que vino Beth, unas semanas desde que Damien me utilizó y me hizo dar saltos y volteretas mentales con un solo gesto.
Cierro los ojos lentamente y lo único que oigo es el tictac del reloj.
Me levanto con toda la pesadez del mundo y lo cojo para sacarlo de mi habitación. Nunca me ha gustado ese ruido. Y entonces veo la hora y vuelvo a la realidad: solamente han pasado dos horas, sólo llevo dos horas en la cama.
-Maldito reloj -digo mientras lo dejo en la habitación de mi hermano, aprovechando que no está en casa, que estoy sola.
Cuando llego a mi habitación doy un salto hacia la cama y me doy en la cabeza con el cabecero. Me quejo con una especie de grito agudo y un par de segundos después me sobresalta el timbre de mi casa.
-¡Ya voy! -grito, aunque sé que no se me oye desde fuera.
Seguramente sea mi madre, que ha salido ya de trabajar. Odio que lleguen cuando estoy sola. La soledad me parece agradable estos días, es un alivio poder ser yo misma y librarme de todo tipo de fachadas durante un rato.
Pero cuando abro la puerta y el frío que viene de fuera me corta las mejillas, el corazón comienza a latirme con una intensidad que hasta ahora no creía posible.
-¿Puedo pasar?
Desde luego que no es mi madre.
Hago un gesto para que pase, como tantas veces y a la vez un gesto tan diferente... Damien entra a mi casa y se sienta en una de las sillas de la cocina. Yo le sigo y me tiemblan un poco las piernas.
Beth le ha ido con el cuento y viene a defender a su novia. Lógico.
Nos miramos durante unos segundos y Damien rompe el hielo:
-He visto a Beth.
Desvío la mirada. No soy capaz de mirarle a los ojos.
-Lo suponía.
Él suspira.
-¿Me lo vas a explicar o tengo que preguntártelo?
-¿Por qué tengo que darte explicaciones? Se supone que tú y yo no tendríamos que estar hablando.
-Ya, pero supongo que el hecho de que le hayas dado un puñetazo a mi -vacila un instante- novia cambia un poco las cosas.
-¿Qué te ha contado?
Él me mira durante unos segundos, en silencio. Me mira fijamente, y siento que su mirada se transforma y entra por cada uno de mis poros y se vuelve parte de mí.
-Que vino preocupada por ti y tú le pegaste. No me dijo mucho más, estaba demasiado nerviosa.
-Pero te dijo que vinieras a hablar conmigo -enarco una ceja-, ¿no?
Asiente.
Beth me ha enviado su mejor arma, algo que sabe que me hará daño.
-No quiero que vuelvas a acercarte a Beth nunca más. Le has hecho daño. Ella confiaba en ti, ¿sabes?
-Me importa más bien poco, ¿sabes? -imito su tono de voz en esa última palabra. Estoy bastante cabreada con él.
-Es que no entiendo tus motivos para partirle la nariz, no entiendo como puedes hacerle eso a una amiga que viene preguntando por tu estado de ánimo, o de salud, o lo que sea.
-Damien, tú no sabes nada sobre esto. No intentes hacer como que me conoces más que nadie.
Se ríe por lo bajo. Más bien resopla.
-Y tú no intentes hacer como que no tenemos un pasado. Sabes perfectamente que sí, que te conozco más que nadie y que eso es recíproco. Y por eso mismo no entiendo lo que estás haciendo. No te estás comportando como lo haría la Sofía a la que yo aprecio -golpe bajo-. Solamente he venido a decirte que no ha estado bien y a pedirte una explicación, porque tú eres mi amiga y Beth es mi novia y creo que tengo derecho a una.
Tengo un nudo en la garganta y estoy luchando contra las lágrimas para no llorar.
-Vete de mi casa. No quiero hablar contigo.
-Sofía...
-¡Que te vayas! ¡Déjame en paz, joder! No tienes derecho a venir a mi casa, a molestarme. Y no, tampoco tienes derecho a una explicación por mi parte.
Damien, mi pequeño tormento personal, se pone en pie y se acerca a mí tan deprisa que no me doy cuenta. Cuando reacciono ya me está abrazando y las lágrimas caen apuradas por mis mejillas, ganándome la pelea.
-No quiero que sufras, ¿sabes? Ni por mí ni por nadie. Nunca.
Es tan irónico que diga eso.
-Hazme el favor de irte de mi casa -le digo entre sollozos.
Me mira de nuevo a los ojos y vuelve a suspirar como si quisiera vaciarse. Entonces, como si fuera un milagro, anda hacia la puerta y dejándome un triste "adiós" flotando en el aire se marcha.
¿Por qué siempre termino echándote de mi casa entre sollozos, Damien?

sábado, 14 de julio de 2012

El sabor del vacío, 16/3/08

(Damien)  
– ¿Lo recuerdas, Damien?
– ¿El qué? -Dije, perturbado porque había cortado mis pensamientos.
– La última vez que te sentiste vivo, libre, despreocupado...– Su sonrisa se ensanchó, pero no era la sonrisa que alegraba mis días, ésta era nostálgica, triste.
– Nunca he sido libre, Sofía, ni tú tampoco. Nadie es libre. Pero te prometo, no, te juro, que algún día cogeremos el coche y nos huiremos, y podrás sentir cabeza por la ventanilla y gritar al mundo que sientes la libertad en tus venas mientras el viento te azota la cara.




Bebo otro trago de vodka para aguar los recuerdos de su risa amarga deseosa de libertad. Y otra vez esa maldita canción, esa maldita letra. En ese momento suena en mi cabeza la letra de una canción que escuché un día cualquiera de un mes sin interés para mí.

Y sé que no habrá sedales cuando te hiera mi ausencia,
ojalá me quieras libre, ojalá me quieras

Ojalá me quieras… Mi vida se componía de ojalás vacíos que nunca llegarían a ser una realidad. Maldita sea, Sofia, podríamos haber sido libres, los dos, juntos. Podríamos haber cogido ese coche y haber cantado (más bien gritado) “ I Feel Good ” mientras mirábamos asombrados el mundo que se abría ante nosotros.
Sofía, Sofía, Sofía. Tenía tantos planes contigo. Todo ha acabado, te fuiste, ¿o me fui yo? Nos alejamos despavoridos y con esta distancia se fueron todas mis esperanzas.
Escucho a Beth abrir la puerta, me giró para recibirla, pero me llevo una sorpresa al ver su nariz sangrando.
– Beth, ¿qué p…– Me corta y empieza a gritar histérica.
– ¡Tu puta amiguita! ¡Esa zorra está jodidamente loca, mira lo que me ha hecho, joder!
– ¿Sof?
– ¡Ni la menciones, Damien! Ni la menciones…– Va haciendo pausas en esta última frase, como si yo fuera un niño al que hay que explicarle las cosas.
– ¿Qué ha pasado?
– ¿No es obvio? Me ha pegado, ¡a mí! Fui porque estaba preocupada por ella y esa loca me lo paga así.– Sus ojos se encienden y dice varios insultos como si los estuviera escupiendo con asco– Habla con ella. Déjale claro no puede hacerle lo que quiera a tu novia, ¿o vas a dejar esto así?
La miro, abro la boca con intención de decir algo, pero parece que las palabras se esfuman. ¿Qué debería hacer? Un silencio sepulcral se apodera de la sala y la mirada de Beth sentencia la orden antes que mi cerebro: he de hablar con Sofia.