sábado, 5 de noviembre de 2011

Corazón quebrado, 12/3/08

(Damien)
Llego al parque en el que solía estar con Sofía. Ha pasado solamente una semana y ya extraño cada momento a su lado. Me dirijo al banco enfrente de la fuente, no sin antes dar un pequeño rodeo por el jardín de árboles frondosos y coloridos de otoño. Visualizo la fuente y nuestro pequeño banco blanco y justo ahí, como una luz al final del túnel, algo que suena tétrico, pero que para mí suena de maravilla si ella es esa luz. Me acerco un poco más y consigo ver su cara, triste y apagada, no como la última vez que la vi, que tenía en su cara una mezcla entre desolación y frustración. ¿Tan profunda es la herida que le hice?, ¿tan malo es que me dejara llevar por mis ganas locas de besarla? Quiero acercarme a ella, pero no puedo evitar reflexionar antes de dar un paso más, antes de dar un paso en falso.
Sigo mirando su cara; sus ojos brillantes y grandes, sus pestañas largas, sus labios carnosos, su nariz pequeña y fina, su cuello largo y esbelto, sus cejas bien perfiladas… Parece tan ausente, tan fuera del mundo, tan aislada en su mente y aún así me sigue pareciendo preciosa. Y ahora, verla sentada ahí, en nuestro banco, me hace feliz, porque sé que alguna parte de ella piensa en mí.
Me voy la vuelta y decido retomar mi camino, volver a mi casa y dejar en paz su corazón herido, pero al darme la vuelta noto sus ojos clavados en mi espalda, e, inevitablemente, me giro y la miro. Está levantada, examinándome de arriba abajo. Mil dudas en mi cabeza. ¿Me acerco?, ¿no me acerco?, ¿me voy?, ¿me quedo? Decido la peor opción para ella y la más egoísta por mi parte, me quedo y me acerco, ella no huye, no da ningún paso hacia atrás, no aparta sus ojos de los míos. Siento su corazón palpitar, escucho cada latido como si fuera mío. Llego a nuestro banco y me quedo frente a ella, sin poder apartar mi mirada de su cara. Parecía más demacrada, cansada.
– Sof…
– No. Ahorrátelo, Damien.– Sentencia de esa forma tan cortante que tiene ella. Una de sus grandes características.
– ¿Vas a huir siempre?– La miro desafiante sabiendo que ella detesta que la traten de cobarde. Se queda callada y prosigo– Sofía… Dios, ¿sabes cuántas cosas he pasado esta semana y cuántas veces he querido verte? Eres mi amiga, mi hermana, eres prácticamente todo y sin ti, sin tus estupideces diarias y tus risas escandalosas todo ha sido tan… desastroso y yo me he sentido tan… perdido.
Un silencio sepulcral, solo el suave silbido del viento a nuestro alrededor. Por fin ella se atreve a abrir la boca con intención de hablar, pero no sin antes girar su cara con intención de no prestar atención a mi gesto.
– Las cosas no son tan fáciles. Tú siempre lo ves todo así, para ti todo es fugaz y pasajero, y, Damien, yo no estoy dispuesta a ser nada pasajero. Quieres una amiga; aquí me tienes, pero las cosas no serán como antes. Tú y yo hemos cambiado, no somos los mismos ni juntos ni separados. Damien, ¿por qué me buscas? Sabes que las cosas son más difíciles de lo que ambos podríamos imaginar…– En ese momento agacha la cabeza, ocultando unas pobres lágrimas que hacen una carrera para llegar a su mandíbula.
– Sofía…– Acaricio su cara y seco sus lágrimas. Ella se aparta y da un paso hacia atrás.
– No… no sé, sinceramente, no sé lo que pasará… Dame tiempo, ¿vale?
Yo me callo, me inmuto. ¿Tiempo? Yo no quería tiempo, la quería a ella, a mi lado, conmigo, siempre.
Sofía se da la vuelta y emprende su viaje, mientras me quedo parado en nuestro lugar especial viendo a la persona más importante de mi vida marchar.

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